sábado, 16 de octubre de 2010

LA LEYENDA DEL PIJUAYO

LA LEYENDA DEL PIJUAYO
(Versión : “Bora Ampiyacu”)
Adaptación: Prof. Armando Coral, de Loreto, Iquitos (mayo, 2000)
Cuentan los Bora del río Ampiyacu (Distrito de Pevas del bajo Amazonas), que en cierta ocasión hace muchas lunas, se produjo una gran hambruna sobre la tierra. Los seres humanos morían de hambre, los campos no producían, los animales no tenían que comer ni que beber, los hombres se mataban entre sí para arrancarse lo poco que les quedaba.
En esas penosas circunstancias un cazador Bora, desesperado por no encontrar caza ni frutos, al vagar solitario cerca a la orilla de un lago, escuchó risas y cantos. Sorprendido por esa muestra de júbilo en zona tan arrasada por la hambruna, se acerca y nota la presencia de un “ramillete de hermosas mujeres” que jugaban en la playa, las que advirtiendo la presencia del intruso, optaron por esconderse apresuradamente; pero viendo el estado calamitoso en que este pobre hombre se encontraba, se le acercan poco a poco y pronto entablan amistosas relaciones, y en su entusiasmo invitan al joven a su ciudad, que se ubicaba nada menos que en el fondo del lago, ya que ellas eran “las Sábalos”, hijas del Rey del Lago.
El cazador Bora acompaña a “las Sábalos” y vive largo tiempo con ellas; aunque añoraba a los suyos en tierra, pensando que quizá seguían muriendo de hambre, mientras él gozaba de la vida.
Un buen día nota que los habitantes de este extraño reino se abastecían de unos frutos muy sabrosos, cual “manjar de los dioses” que cuidaban con esmero y que llamaban “pijuayos”, los cuales nunca se habían visto sobre la tierra. El Bora pensó entonces, que tal vez si lograba sembrarlos en su pueblo, solucionaría de hecho la hambruna, debido a sus exquisitas cualidades como alimento y bebida. Decidido robó una semilla, escondiéndola entre los dedos de su pie izquierdo e inmediatamente emprende la fuga hacia la tierra; pero es pillado y sometido a castigo.
Pasa el tiempo, y decide buscar una nueva oportunidad, come el fruto tragando la semilla y vuelve a tierra, donde lo siembra cerca a la cocha. Los peces y animales del lago se dan cuenta que su secreto y apreciado tesoro había sido robado, informando esta nefasta noticia a su rey, quien indignado ordena a las aguas y al viento que desaten una despiadada tormenta que echa por los suelos todos los árboles de pijuayo que encontraban a su paso.
Los peces arrastran las semillas y las plantas hasta el fondo, pero una mojarrita que conducía entre sus dientes una raíz del preciado fruto, queda aprisionada en un pequeño charco sin poder llegar a la cocha, implorando le devolviesen a los suyos.
El cazador le ofrece la libertad a condición que le entregase la raíz que llevaba, luego de pensarlo mucho rato, la mojarrita al fin accede y se la entrega, recomendándole sembrarla no muy cerca de la orilla a fin de que no lo vuelvan a descubrir y corra el mismo destino de ira y destrucción del árbol y del fruto, y tampoco quede ella delatada por esta debilidad. El cazador acepta la sugerencia y llevando la raicilla, la siembra en las alturas. Dicen que desde entonces, el hombre ni se enfermó ni volvió a padecer hambre, y las aves y demás animales terrestres también tienen que comer, pues el pijuayo se expandió por toda la amazonía, y es el manjar predilecto del hombre amazónico.